Si miras por la ventana y te atreves a conservar los ojos sobre el mismo objeto más de un segundo, te darás cuenta de la importancia y la magnitud de la presente. No quiero que pienses que te timo, que me he atrevido a comprar un timbre en el servicio postal, donde una mujer cuarentona y malhumorada me ha maldecido internamente al pagarle el sello de 5 centavos con un billete de a 10 para llorar en tu hombro sólo porque si. Tampoco creas que me encanta esta situación, tú allá, en el polo más distante y yo, en esta sombra que me atrae al lado que no es oscuro, sino gris y triste, que me deja sin dinero los días 24 y tengo que esperar hasta que te de la gana girarme unos centavos para seguir aquí, sola, gris y con frío. Aquí siempre es invierno.
No creas todo lo que te dicen, acá no es el paraiso, ni tenemos fiestas los domingos. Hace días que no tomo café por miedo a que me quede dormida de más y no oiga llegar a los vecinos, que siempre molestan con sus pasos cargados de plomo y de pesar, bien sabido es que no les gusta trabajar y mucho menos en la imprenta.
Trata de responder esta carta, siempre he pensado que deberíamos reusar los timbres para las respuestas, o sea, que tuvieran porte de ida y vuelta para que todo tuviera la misma sintonía. Regresa uno de estos días, si tocas la puerta y no contesto, sabrás que ha sido demasiado tarde.
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