Carta a María.
Debes entendernos María, las noches parecen infinitas desde que te fuiste. Trato de pensar una y otra vez como es que vives, mueres, te alimentas y sueñas entre todo el ruido, el smog y la soledad de esa ciudad donde vives. Te extraño terriblemente y pienso que te has ido mucho más lejos de lo que realmente estás.
A saber si estás de la mano de alguien, o como es tu costumbre, te has abrazado a las causas más remotas del espíritu, las que no conocemos nosotros tus hermanos, las que no conoce nadie más que tu María, María de mi corazón.
Espero sin embargo que el destino tenga el beneplácito de unirnos uno de estos días, uno de esos en que sin que uno se de cuenta, apareces en casa de Juan con un vaso de quien sabe qué en la mano y sonriendo como si jamás te hubieras ido, como si la distancia no mancillara el amor filial que nos embarga. La distancia duele María, duele en el costado y en las noches en las que la luna burla las ventanas, las cortinas y los párpados y se queda como lámpara encendida mientras dura la noche.
Te dejo tres postdatas llenas de abrazos y una versión del cielo para llevarse en el bolsillo.
Como siempre, te quiero.
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